Padre e hijo coronaron el mítico pico situado en Los Alpes el pasado 5 de julio y allí tuvieron el detalle de fotografiarse a 4.810 metros con un ejemplar del último número de nuestra revista. Tras ocho horas y media, José y Andrés culminaron su primera gran aventura juntos. Pasados unos días y tras recuperarse del tremendo esfuerzo y de temperaturas que rondaban los 10 grados bajo cero (-25 de sensación térmica), ambos ya piensan en nuevos retos que superar a corto y medio plazo.
Hablar de José Vilalta es hacerlo de uno de los montañeros más prolíficos que ha dado Monzón en las últimas décadas. Un amante de este deporte, sufridor por naturaleza, concienzudo en el esfuerzo y de mente lúcida cuando la situación lo requiere. Todo ello sumado a su extensa experiencia, hacen de él un seguro de vida a la hora de afrontar retos de este calado. No era la primera vez que atacaba la cumbre del Mont-Blanc –la primera vez lo hizo en 1991-, pero esta vez era muy especial debido a la persona que le acompañaba en la expedición: su hijo Andrés. “Llevábamos tiempo planificándolo, vigilábamos la meteorología y las condiciones de las grietas y a principios de julio decidimos intentarlo”, explica José.
Condujeron alrededor de un millar de kilómetros para llegar hasta Chamonix. Allí tras descansar unas pocas horas, se desplazaron en un teleférico que les dejó a unos 3.800 metros de altura. Montaron la tienda de campaña, disfrutaron del entorno y después de dormir lo que buenamente pudieron, a las doce de la noche comenzaron la escalada. “Subimos por una ruta y volvimos por otra, algo que no suele ser habitual en este caso, pero quisimos evitar riesgos innecesarios. Superamos tramos de hielo con pendientes de 80 grados donde cualquier error se paga muy caro”. Una vez coronaron sobre las ocho y media de la mañana, y tras inmortalizar el momento con varias fotografías, emprendieron el regreso. “En la alta montaña la mayoría de las desgracias suceden cuando estas bajando, por lo que una vez logrado el objetivo no tardamos mucho en volver a ponernos en marcha. No hay tiempo que perder”, detalla.
Una ruta muy técnica la que pudo disfrutar junto a su hijo, otro enamorado de la montaña, y es que de tal palo tal astilla. Ahora ya piensan en nuevas ascensiones juntos. Desde otros picos en la zona de Los Alpes, hasta otras cumbres más ambiciosas como el Aconcagua en Latinoamérica o incluso intentar algún 8.000 en Pakistán. “Hemos de encontrar la fecha que nos encaje y ahorrar también algo de dinero, porque en otras ocasiones que he realizado expediciones de ese calado el precio por cabeza puede rondar los 10.000 euros entre billetes de avión, permisos, material, contratar porteadores, etc”. Aquí realiza un inciso para agradecer a la empresa Hinaco el apoyo económico que siempre le han brindado en estos casos.
Una vida en altura
Los campamentos de verano en Rasal despertaron en José ese espíritu aventurero cuando era joven; continuó su afición escalando montañas en el Pirineo y no fue hasta la década de los noventa cuando de la mano de José Murciano y Ricardo Arnaiz comenzó a tomárselo más en serio. Cuenta en su haber con varias ascensiones a picos míticos: Nanga Parbat, Broad Peak o Gasherbrum II. Ha realizado varias expediciones de calado con el montisonense Raúl Martínez acompañando a Carlos Pauner, e incluso protagonizó la apertura de una ruta de ascensión en el Aconcagua denominada la “Variante Altoaragonesa”. Ahora hace una década que no participa en expediciones en las que el objetivo sea asaltar un ocho mil; pero no descarta hacerlo en los próximos años junto a la mejor compañía posible, sangre de su sangre, con el que quiere seguir compartiendo tan pura pasión.