Juan Puig llegó a Monzón por casualidades del destino a principios de la década de los sesenta y allí echó raíces. Por su objetivo han pasado miles de personas, ya fuera para una foto de carné o con motivo de una celebración o un acto popular. En su extenso archivo podemos ver la evolución del Cinca Medio y sus gentes. Unos recuerdos que nos llevan desde su primer estudio en la plaza de la Estación hasta el actual en el pasaje Loarre, donde su hijo, José María, continúa con el negocio familiar.
Una trayectoria que el grupo Apertura reconoció en la décima edición de Monzonfoto celebrada durante el pasado mes de noviembre. “Juan Puig. Una mirada, un legado” es el título de la exposición donde se podían contemplar algunas de las instantáneas realizadas por este fotógrafo desde su llegada a Monzón en 1962. Cientos de personas han discurrido por las salas Cerbuna y Xaudaró para contemplar unas fotografías capaces de transportarnos al pasado. Como dice un conocido proverbio chino: “Una imagen vale más que mil palabras”, y en este caso se cumplió de lleno. Gracias a ellas los más veteranos recordaron caras ya olvidadas y rememoraron anécdotas que emergieron de lo más profundo de su memoria; por su parte los jóvenes pudieron conocer detalles históricos hasta ahora habían pasado desapercibidos para ellos.
INICIOS
Monzón no entraba en los planes de futuro de Juan Puig, natural de San Martín de Maldá (Lérida), pero cuando tenía 27 años recibió una llamada del colegio Salesianos y tuvo que desplazarse hasta la capital mediocinqueña para realizar fotos grupales de los alumnos. Allí conoció a Juan Ochagavía, director del centro, quien le animó a quedarse. “En aquellos momentos barajaba la posibilidad de instalarme en Valls o Tarragona, pero finalmente cambié mis planes y me fui a Monzón. Al poco de establecerme allí me casé con mi mujer, y juntos logramos sacar adelante el negocio”, explica Juan. También rememora que al poco de inaugurar su establecimiento falleció Ladislao Sambeat y llegó a Monzón José Altemir. Años más tarde aparecieron otros fotógrafos como la familia Recio. “Con todos ellos mantuvimos buenas relaciones”, señala.
La afición por la fotografía la heredó de su padre, quien era un gran amante de esta disciplina. Todavía conserva una cámara Agfa que heredó de él, un aparato con alrededor de cien años de antigüedad. Antes de recalar en tierras montisonenses, Juan comenzó a hacer pequeños trabajos para vecinos y amigos, e incluso se desplazaba a poblaciones próximas para realizar encargos. En 1960 acudió a Barcelona donde durante dos semanas asistió a un curso de fotografía organizado por la firma Kodak. Allí obtuvo los recursos necesarios para convertir su afición en un oficio. “A su familia no le parecía demasiado bien que se fuera de casa y se dedicara a hacer retratos. Durante los primeros años me insistían para que lo convenciera. Ellos querían que regresara al pueblo y se encargara de las tierras”, explica su esposa, María Queralt. Precisamente una fotografía de ella cuando era joven ha ilustrado el cartel de la presente edición de Monzónfoto. Doble homenaje para el matrimonio.
Durante sus inicios fueron innumerables los inventos realizados para cubrir sus necesidades en el día a día, desde ampliadoras, cajas oscuras, cubetas… Eran tiempos en los que el proceso fotográfico era artesanal y tremendamente complejo. “Desde que te hacías una foto de carné, hasta que la teníamos disponible podían pasar dos días. Como por casualidad saliera el cliente con los ojos cerrados, tocaba volver a repetirla”. Durante muchos años dispusieron de la máquina de fuelle Anaca, la mejor del mercado en aquella época para realizar retratos de estudio. Este aparato pudo contemplarse en la reciente exposición de la Casa de la Cultura y actualmente se encuentra en el patio del domicilio familiar como elemento decorativo.
Numerosas anécdotas han quedado para el recuerdo tras varias décadas detrás de la cámara. En una ocasión, Juan tuvo que realizar el reportaje de cinco bodas el mismo día y gracias a una pequeña ayuda pudo salir del atolladero; en otra ocasión perdió uno de los reportajes por culpa del laboratorio y se llevó uno de los mayores disgustos de su vida profesional. También rememora que para solventar la falta de luz llevaba un foco que conectaba a la corriente eléctrica, lo encendía para realizar la fotografía y solventaba la ausencia de flash. En cuanto a material, conserva prácticamente todas las cámaras utilizadas desde sus inicios y también los negativos de las fotografías, un auténtico tesoro gráfico de la historia de Monzón. “Tenemos todo el material empaquetado y guardado entre la casa de mis padres y el estudio. El grupo Apertura, aprovechando la exposición, ha digitalizado cientos de fotos que han pasado a su fondo documental”, explica su hijo José María Puig, actual regente del negocio.
Juan lleva tiempo jubilado, un infarto le apartó de sus quehaceres, precipitando el relevo generacional. A pesar de su avanzada edad, Juan sigue enamorado de la fotografía y no deja pasar la oportunidad de inmortalizar un buen momento o escenario, ya sea con su teléfono móvil o con una cámara digital. Al margen de la música y la pintura, aficiones de las que disfrutó de más joven, ahora aprovecha el tiempo libre para realizar un pequeño huerto de cuyos productos también disfrutan sus vecinos. Una vida dedicada a la fotografía que nos deja un valioso legado para las generaciones presentes y futuras.