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martes, 14 enero, 2025

José y Andrés Vilalta: De tal palo, tal astilla

Apunto de cumplir los 34 años, Andrés vive un momento dulce tras hacer cima en el pico Lenin (7.134 metros) en Kirguistán a finales del pasado mes de julio. El escalador montisonense consiguió la gesta acompañado de Carlos Pauner, todo un icono en el mundo del montañismo a nivel nacional. Se da la circunstancia de que este no es el primer Vilalta en conseguir una gesta de este tipo, ya que su padre José cuenta también con una importante trayectoria en cuanto a ascender montañas, con varios “ochomiles” a sus espaldas, y con un denominador común: Pauner. El cual habla maravillas de ambos, situando incluso a Andrés como su sucesor en el alpinismo aragonés. ¡Casi nada!

Para contar esta historia es necesario contextualizarla, y para ello hemos de remontarnos a 1995, cuando Andrés apenas tenía 8 años. Aquel agosto será tristemente recordado por la tragedia sucedida en el K-2, cuando Javier Escartín, Lorenzo Ortiz y Javier Olivar fallecen en el descenso tras haber hecho cima. Años después, Pepe Garcés fallece en el Dhaulagiri, dejando el alpinismo aragonés huérfano de “himalayistas”. Poco después es cuando emerge la figura de Carlos Pauner, que en 2005 y con el apoyo del Gobierno de Aragón decide comenzar un proyecto para alcanzar la cima de los 14 “ochomiles” del planeta, única persona de nuestra comunidad que lo ha conseguido.

A partir de esa iniciativa se configura un equipo muy potente, donde aparece la figura de José Vilalta. “Lo conocía de haber asistido a alguna de sus conferencias, pero directamente no habíamos tenido trato. A través del montisonense Raúl Martínez surgió la oportunidad de formar parte de la primera expedición que tuvo lugar al Nanga Parbat (8.125 metros)”, explica José. No fue la última, ya que en los siguientes años continuó formando parte de las proezas de Pauner, aunque ahora ya hace más de una década que no lo acompaña en aventuras de este calado. Reconoce que fuerzas no le faltan y que ahora cuenta con una mayor experiencia que entonces, cualidad que a semejante altura es fundamental. “A pesar de que el tiempo haya pasado hemos seguido manteniendo con Carlos la relación. Es como parte de la familia”, expresa. Lo que no imaginaba, es que su hijo tomaría el relevo en 2021. Como el propio Andrés asevera durante la entrevista: “De tal palo tal astilla”.

LEOPARDO DE LAS NIEVES

El presente pasa por el proyecto “Leopardo de las Nieves”, que consiste en completar en tres años los cinco “sietemiles” ubicados en las antiguas repúblicas soviéticas de Kirguistan, Kazajistán y Tayikistán. El pico Lenin fue el primero, después continuarán con otros más asequibles como el Korzhenevskaya y el Comunismo. Para finalizar con los más complicados: el Khan Tengri y el Pobeda. La oportunidad de formar parte de esta iniciativa surge a través de otra persona que también fue nexo de unión entre Carlos y su padre, y ese no es otro que Raúl Martínez. “Somos profesores en el colegio Salesiano aquí en Monzón y tenemos buena relación. A menudo vamos juntos a escalar, en bicicleta… Cuando me propuso acompañarles, me pillo de improviso… no me lo pensé y acepté enseguida”, explica Andrés.

EXPEDICIÓN

Tras preparase concienzudamente durante meses y una vez finalizado el curso escolar, este escalador montisonense cogió sus pertenencias y puso rumbo a la antigua Unión Soviética junto a Raúl y Carlos. “Lo más duro para mí fueron las horas muertas en el campo base, llegamos a estar 2 días viendo pasar el tiempo… Jugábamos a las cartas, charlábamos, leíamos o simplemente aprovechábamos cuando salía el sol para sentarnos a contemplarlo y mirar el paisaje”. La climatología les impidió atacar la cima en el plazo previsto, lo que provocó que Raúl Martínez tuviera que regresar. Quedaron mano a mano los otros dos protagonistas de la expedición, que aprovecharon la última oportunidad que tuvieron para lograr coronar la primera de las cinco montañas que se han propuesta alcanzar. Padre e hijo rememoran que los tres mandamientos de las expediciones que encabeza Pauner son claras: volver todos, mantener la amistad y regresar con la cumbre, por este orden.

Durante los prácticamente treinta días que duró la aventura, hubo malos momentos en los que Andrés creía que no iban a lograr el objetivo. “Nunca había estado a tanta altura y me costaba aclimatarme cuando hacíamos ascensos muy bruscos en pocas horas. Notaba dolores de cabeza y mucha fatiga”, explica. La jornada que eligieron para hacer cima era su última oportunidad y no quisieron desaprovecharla. Se levantaron a la una de la madrugada y a las tres partieron. A medida que se acercaban a los 7.000 metros el frío se fue apoderando de ellos, las temperaturas rondaban los 25 bajo cero y el fuerte viento multiplicaba la sensación. “Pasamos ratos muy malos, pero aquí la experiencia de Carlos fue fundamental. Aguantamos hasta que amaneció y cuando por fin salió el sol pudimos reactivarnos y lograr hacer cima”.

No fue este un momento especialmente emocionante, el sufrimiento de las últimas horas marcaba el presente. Cuando llegaron al campo 2 empezó a ser consciente de que habían logrado el objetivo. En el campamento base le entregaron un colgante y un diploma. “Los sentimientos comenzaron a aflorar, y es que hasta que no estás fuera de todo peligro no puedes bajar la guardia”, explica Andrés. Por su parte, su padre apostilla “la cumbre está en casa. Hay que llevar arriba y regresar, por el camino se han quedado muchos compañeros”, suspira.

DESDE LA DISTANCIA

A miles de kilómetros de distancia, José Vilalta seguía la expedición con expectación, orgullo y con la seguridad de que iban a lograrlo. “La tecnología hace todo mucho más llevadero. Gracias a un “track sport” sabíamos en todo momento su geolocalización. Además, nos podíamos comunicar a través de mensajes”, señala. Nada que ver con lo que sucedía en la década de los noventa, cuando era tremendamente complicado tener información adicional o comunicarse con la familia. “Cuando estuve en el Aconcagua en el 94 nos comunicábamos a través de un radioaficionado de Monzón, Martínez el panadero. Desde el campo base llamábamos a Mendoza y desde allí a España a través de las ondas. En el 97 ya conseguimos un teléfono vía satélite que nos facilitaba bastante las cosas, pero vamos, nada que ver con la tecnología actual”.

RELACIÓN PADRE E HIJO

Emociona escuchar a padre e hijo contar historias de la montaña, ambos han compartido infinidad de jornadas realizando todo tipo de actividades tanto en el Pirineo como en otras cordilleras. Sin ir más lejos, el año pasado formaron tándem durante el verano e hicieron cima en el Mont Blanc (4.810 metros), su primera experiencia de estas características juntos. “Tenemos las ideas claras y queremos buscar juntos coronar una de las grandes montañas. Antes de la pandemia se habían planteado ir al Aconcagua (Argentina), pero finalmente no pudo ser. Estamos seguros de que habrá una pareja Vilalta haciendo cima en un pico de más de ocho mil metros”, recalcan. Comparten la misma filosofía respecto a la montaña, la viven, la sienten…

Aseguran que uno confía en el otro y viceversa, además consideran que tienen la cabeza bien amueblada. Respecto al miedo, aseguran que esa palabra no existe en el diccionario de un alpinista; respeto sí.

PROFESIONALISMO

La posibilidad de dedicarse a la escalada de manera profesional es una alternativa que se abre en el horizonte, aunque según asegura Andrés, no es una opción que baraje. “Estoy contento con la vida que tengo. Soy profesor y eso me permite tener libres los fines de semana para irme al Pirineo y en verano poder hacer expediciones como esta última. Me encanta hacerlo por ocio, si profesionalizas algo pierde su esencia”. Una posibilidad que su padre reconoce que tampoco se planteó seriamente. Mientras ambos siguen recordando anécdotas e historias relacionadas con las montañas, coinciden en aseverar que “cuando estas escalando un pico ya estás soñando con el siguiente…” y así una y otra vez. Esa ilusión y pasión es el motor que les empuja a conseguir gestas que colocan el apellido Vilalta entre lo más granado del deporte montisonense.

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