Se ha hablado y se ha escrito tanto sobre Costa en las últimas décadas que nos cuesta asimilar y analizar tanta información, pero sí podemos realizar unas reflexiones generales que enmarquen su vida y su obra, en especial en este año en que se cumplen los 175 años de su nacimiento en Monzón (14 de septiembre de 1846) y los 110 de su muerte (8 de febrero de 1911).
Destacó en diferentes campos humanísticos: historiador, jurista, pedagogo, economista, político, antropólogo y nos dejó un magnífico legado a través de su variada obra: 42 libros, 450 colaboraciones en periódicos, discursos, prólogos y material inédito, además de su correspondencia con muchas personalidades de la época. Se le considera paradigma y referente intelectual del regeneracionismo español de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Sin embargo la obra de Costa no tuvo, tras su muerte, toda la proyección que se esperaba hasta que llegaron estudiosos, como el inglés George James Gordon Cheyne o el americano Gabriel Jackson, a decirnos que el pensamiento “costista” era trascendental para comprender la evolución de España. El primero escribió “Joaquín Costa, el gran desconocido”. Leyó y estudió a nuestro pensador porque consideraba que el ilustre aragonés tenía soluciones para el tiempo que le había tocado vivir y algunas de esas soluciones seguían vigentes. Jackson, historiador e hispanista, realizó su tesis doctoral en la Universidad de Tolouse (Joaquín Costa et les grands problèmes de l’Espagne moderne, 1982). En el 2011, con noventa años, viajó a España para participar en los actos de homenaje a Costa con motivo del centenario de su muerte. Coincidimos en el panteón del cementerio de Torrero. Nos expreso que se había fijado en varios intelectuales europeos de finales del pasado siglo para realizar sus estudios y quedó subyugado por el pensamiento de nuestro paisano.
Una vida con muchas decepciones
Sin embargo un hombre tan conocido no tuvo una vida fácil. La muerte de su madre le marcó profundamente. Era el primogénito. Marchó con su padre y hermanos de Monzón a Graus cuando tenía ocho años. Se instalaron entonces en la plaza de Coreche, en el Barrichós grausino. Su familia era humilde y Joaquín, desde muy joven, tuvo que trabajar y aprovechar sus escasos ratos libres para estudiar. Aconsejado por el mosén grausino se trasladó a Huesca a estudiar Magisterio y se puso al servicio de un lejano pariente que, a cambio de un techo, debía compensarle con trabajos de albañil, jabonero, carpintero, etc. Una máxima de su juventud era que si no puedo estudiar, no quiero vivir y al estudio consagraría su vida. Su amor de juventud en esos años en la capital oscense tampoco llegó a feliz término pues la familia de ella consideraba que su hija no debía casarse con un hombre de su humilde condición. Años después, Costa tuvo una hija de una viuda de un amigo suyo, pero ella marchó a Barcelona.
Consiguió estudiar en la Universidad de Madrid, doctorándose en Derecho (1872) y Filosofía y Letras (1873). Su dedicación a la docencia se vio truncada por la estrecha política universitaria del momento, que le decantó hacia otras actividades como la de notario, letrado de Hacienda o profesor de la Institución Libre de Enseñanza. Por entonces accedió al cuerpo de notarios (Granada, Jaén) y abogó inmediatamente por la reorganización del Notariado, del Registro de la Propiedad y de la Administración de Justicia (1890). Ingresó igualmente en el Cuerpo Superior de Abogados del Estado. A pesar de su buena condición social por su trabajo seguía con pocos recursos, pues se negaba a cobrar a las personas más necesitadas que acudían a él.
La crisis del 98
La conmoción que sufrió la conciencia nacional española, con la derrota en la guerra frente a Estados Unidos y la consiguiente pérdida de las posesiones coloniales de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (1898), le estimularon en sus ataques al orden establecido y a la búsqueda de propuestas de cambio. Se distinguió en aquella época por sus conferencias, artículos y ensayos, que le señalaban como un intelectual populista, crítico y sagaz, ligado al krausismo. También le influyó la crisis agrícola de finales del siglo XIX. Postuló la recuperación de la economía y de la sociedad agraria a partir de las tradiciones españolas (Colectivismo agrario en España, 1898). Luchó por la reconstrucción del país y su inserción entre las potencias europeas (Reconstrucción y europeización de España, 1900). También le pertenece la frase de despensa y escuela como los dos grandes remedios que habían de solucionar la precariedad del país. La escuela, y la despensa, la despensa y la escuela: no hay otras llaves capaces de abrir camino a la regeneración española . Que no haya hambre y cultura, mucha cultura, es lo que hará progresar al país. Es lo que repetirá años después Federico García Lorca: Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Para él los profesores debían ser personas bien formadas, se debía atender la educación de la mujer y mejorar las metodologías didácticas, los alumnos debían conocer los huertos escolares y el uso de la prensa en la escuela. Como se puede ver era un adelantado a su tiempo. En 1904, Maura intentó que las Cortes aprobasen un presupuesto dedicado a la escuadra española. Costa se negó y en uno de los escritos expreso que se debía invertir en escuelas y en obras públicas antes que en barcos para la guerra.
Aspiraciones políticas
Sus aspiraciones políticas tampoco se cumplieron, pues en la primera ocasión no salió elegido diputado y cuando sí lo fue, debió renunciar a su escaño por su enfermedad. Hasta los años noventa no participó en la política activa; en 1896 fracasó en su primer intento por hacerse elegir diputado, acentuando desde entonces la crítica al dominio de los caciques en el medio rural y la denuncia los males del país (Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno de España, 1901). Esta obra constituyó un alegato para pasar a una nueva sociedad más democrática y más justa. Tras la revolución industrial el obrero o el campesino se encontraban con múltiples abusos y atropellos. El poder político y el económico se habían aliado, pero para el ciudadano de a pie la situación no mejoraba. La figura del cacique debía quedar obsoleta y dar paso a una sociedad más igualitaria. Debía existir un mejor reparto de tierras y nuestro ilustre altoaragonés se implicó en temas de mejora de repartos territoriales, entre ellos el pleito de la Solana, en la provincia de Ciudad Real. Consciente de que los vicios caciquiles eran comunes a todos los partidos del régimen de la Restauración, canalizó su actividad política a través de organizaciones de nuevo cuño, como la Liga de Contribuyentes de Ribagorza o la Cámara Agrícola del Alto Aragón. En 1899 estas instituciones se unificaron con otras similares, dando lugar a la Liga Nacional de Productores. Un año después confluyeron con la Asamblea de Cámaras de Comercio de Basilio Paraíso, formando la Unión Nacional. Aquel grupo de presión regeneracionista resultó poco eficaz, por lo que Costa decidió abandonarlo en 1903, presentándose a las elecciones en las listas de la Unión Republicana. Su delicado estado de salud no le permitió ocupar su escaño. Una enfermedad degenerativa le ocasionaba múltiples problemas, hasta el punto que al final de sus días quedó recluido en su casa de Graus y los pocos viajes que realizaba debieron ser con muchos problemas por su escasa movilidad.
Aguas para matar el hambre
«Todas las mañanas al despertarme, escuchaba aquella voz del río… diciéndome: Yo soy la sangre de La Litera, pero no corro por sus venas y por eso La Litera agoniza… Yo soy el rocío de La Litera… Yo soy el oro de La Litera… Yo soy el camino por donde han de volver los tristes emigrantes de la Litera… Yo soy la libertad y la independencia de la Litera…
Se le considera apóstol del regadío y de las obras hidráulicas y forestales. Abogó por una política de fomento (Política hidráulica, 1911) y por el impuso de las obras hidráulicas. Conoció las tierras literanas, donde en años de sequía la gente padecía hambre. Veía las montañas blancas del Pirineo y expresaba que esas nieves debían convertirse en harina. Fue el motor, el que generó unas ideas que propiciaron que las generaciones que nos han precedido transformasen sus tierras en zona regable. Y no fue tarea fácil, pero de ese inmenso legado y patrimonio nos hemos aprovechado todos.
El canal de Tamarite (como se llamó inicialmente) trajo pan y trabajo y Joaquín Costa siempre alentó su construcción. Lo dijo muy claro: El agua es trigo, es carne, es lana, cáñamo, lino, es frutas; no es agua para apagar la sed, es agua para matar el hambre. Las aguas del canal serían para los conservadores orden; para los liberales y republicanos, libertad; para las gentes pobres, riqueza; para los ayuntamientos fuentes de ingreso; para los emigrantes el camino para volver a sus hogares.
Hay dos mítines importantes que propiciaron la construcción del Canal de Aragón y Cataluña: el de Tamarite, el 29 de octubre de 1892, en el que participó Costa, y el de Binéfar, el 9 de agosto de 1896 (se celebran ahora los 125 años) en el que no participará, pero lo alentará. La prensa de la época señala que a este último acudieron diez mil personas. Hasta aquí llegaron gentes de la Litera, del Cinca y del Segriá y fue tal la contundencia de ese acto, que ese mismo año el Estado emprendió las obras asumiendo directamente su costo y no dejándolo en manos de la iniciativa privada. Cuando en el año 1906, el 2 de marzo, el rey de España Alfonso XIII inauguró el sifón del Sosa o el puente de Perera el sueño se había cumplido. Nunca hemos sabido porque Costa no asistió a esos actos. Posiblemente su enfermedad se lo impidiese. Si tenemos ese canal, que propició el regadío y las industrias agroalimentarias y la riqueza de la población, es gracias en parte a Joaquín Costa, un hombre que se preocupó de sacar a las gentes de la miseria y del hambre y convertir unas tierras irredentas en un tupido vergel.
Anécdotas de su vida y final
Costa nació pobre, vivió pobre y murió pobre. Nos contaba uno de sus descendientes que en muchas ocasiones, al final de su vida, no tenía dinero ni para franquear la correspondencia.
Desde 1904 hasta 1911 se retiró en su casa de Graus, en la actual calle que lleva su nombre. Allí acudían muchas personas a que les aconsejase, especialmente personas humildes. Solo viajará a Madrid para informar de la ley de antiterrorismo. Su llegada a la tribuna de oradores fue posible con la ayuda dos ujieres. Todavía se guarda una tarjeta, ya de los últimos años, en la que se dice que Costa no recibe visitas, ni acepta presentes de ningún tipo, ni va a prologar libros.
Costa se preocupó también por muchos aspectos de la vida cotidiana, recogió adagios y dichos, envió una pastorada de Capella al director de la Biblioteca Nacional de París. Cuando siendo joven asistió a la Exposición Universal de aquella ciudad en 1867, envió a Mariano Catalán los planos de un velocípedo, que posiblemente fuese el primero que se construyó en España.
No fue amigo de halagos. En una ocasión llegó a Barbastro, tras una estancia en Madrid, donde había conseguido varios logros. Allí le esperaban las autoridades y un grupo de músicos. Cuando pisó Costa el andén y oyó la música preguntó a las autoridades: “¿Qué hacen aquí estos músicos?”. Uno de los convocados le respondió: “Han venido a tocar en su honor, Don Joaquín”. Él muy serio les respondió: “Pues dígales que no pierdan el tiempo y regresen a su trabajo”. Bien es cierto que en otra ocasión dando un mitin en Monzón otro grupo de músicos, contratados por algún partido opositor, se le puso al lado para que no se oyesen sus palabras.
El Ayuntamiento de Zaragoza le escribió para pedirle permiso para poner su nombre a una de sus calles. Les respondió renunciando a dicho honor y añadió que existían muchos personajes ilustres en Aragón a quienes podrían poner dicho nombre. Hoy, varios colegios llevan su nombre, así como calles y se han levantado diversos monumentos en su honor (Graus, Monzón, Tamarite de Litera, Binéfar, Zaragoza o Huesca).
Ni siquiera se cumplió su aspiración final que era que sus cenizas fuesen echadas en Las Forcas, la roca que veía todos los días enfrente de su ventana, al otro lado del Ésera. Cuando falleció, desde el Consejo de Ministros se ordenó que su cuerpo fuese trasladado para enterrarlo en el Panteón de los Hijos Ilustres, en Madrid. En Zaragoza una multitud salió a la estación y el féretro fue llevado al Ayuntamiento donde recibió visitas y honores. La presión popular consiguió que fuese enterrado en Zaragoza. Finalmente, se construyó un mausoleo en el cementerio de Torrero en cuya inscripción se lee el texto de Manuel Bescós: Aragón a Joaquín Costa, nuevo moisés de una España en éxodo con la vara de su verbo inflamado alumbró la fuente de las aguas vivas en el desierto estéril. Concibió leyes para conducir a su pueblo a la tierra prometida. No legisló. MDCCCLXVI – MCMXI.
José Antonio Adell