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sábado, 8 febrero, 2025

Epidemias en tierras del Cinca

La vida se levanta todas las mañanas diferente, en perpetuo proceso dominado por la incertidumbre y el cambio, por más que nos seduzca engañarnos con un “para siempre”. No obstante, la impresión de que los fenómenos y hechos dibujan una espiral de retornos también es real. Como si los hechos y viejas escenas tan solo parezcan haber cambiado de escenario y circunstancias pero no en su esencia. Como fotos de época editadas en los álbumes digitales de hoy.

Hoy estamos viviendo en primera persona algo que sentimos como excepcional, una revolución de nuestro mundo. Se altera nuestra percepción, nos cuesta interpretar lo que vivimos y anticipar en lo que desembocará, nos hace temblar porque nuestro mundo individual y también el colectivo, tal como lo hemos conocido, se tambalea y nos deja perplejos. Pero Monzón y nuestras tierras del Cinca ya han vivido otras graves crisis sanitarias que generaron catástrofes demográficas, que se proyectaron en lo económico y lo social, también en lo político, con sus redes de historias entrecruzadas borradas ya del imaginario colectivo. No nos gusta que nos cambien las preguntas; y el virus pone y pondrá a prueba nuestra arrogancia de intentar evitar y abandonar el disfraz que hemos tejido con las respuestas que ya habíamos dado.

Las aglomeraciones en la Feria de San Mateo

¡Ah, Monzón, Monzón que has venido a ser sepulcro de todos mis fieles criados” exclamó Felipe II según cuenta Henrique Cock, notario apostólico y arquero de la guardia del Cuerpo Real, en su crónica de “Los viajes por España de Felipe II”. Había acudido a Monzón a las Cortes de la Corona de Aragón para, entre otros asuntos, jurar al Príncipe Felipe. En la tarde del jueves 28 de junio de 1585 se celebraba la ceremonia de apertura. La mayoría se alojó en Monzón, otros, embajadores, arqueros,… en Barbastro (que contaba con millar y medio de vecinos).

Monzón era un bullicio en la Feria de San Mateo. Además de cortesanos, diputados, milicia, el séquito Real… toda la Comarca acudía a comerciar en un Monzón sobrepasado, que facilitaba el contacto humano. Ideal para la difusión de la bacteria Rickettsia transportada por el piojo verde, el piojo del cuerpo humano. Fresquito, hacinamiento, condiciones de higiene deficientes llegadas de múltiples visitantes y radiación posterior del contagio. El tifus exantemático (tabardillo en las crónicas de Cock) mató a más de 1500 personas entre Monzón (sobre todo) y Barbastro, y entre ellas diputados, el presidente del Consejo de Flandes, D. Juan Folch (enterrado en el convento de San Francisco), médico de Cámara, el Cazador Mayor del Rey o varios de sus secretarios. El mismo Felipe II enfermó y el 7 de octubre presentaba un cuadro alarmante. Una vez repuesto en noviembre juraron al Príncipe y, por precaución, se trasladó a Binéfar (“aldea de Monzón”). Tras las Cortes, el episodio personal vivido le indujo a acometer cambios políticos en la estructura de gobierno de los asuntos de Estado.

Las cuatro crisis demográficas recientes 

El trabajo de Agustín Uriol Gambau (Revista Jerónimo Zurita nº57, de 1988) sobre la población de Monzón nos permite conocer en detalle las cuatro crisis demográficas habidas entre 1875 y 1936, las tres primeras sanitarias y la última como consecuencia de la Guerra Civil, con cifras de fallecimientos superiores a las de nacimientos. Hoy nos parece lo habitual, pero en aquellos años era absolutamente crítico. Monzón ya ajustaba sus parámetros de nacimientos, fallecimientos y esponsales al cambio de una sociedad rural a otra con tejido industrial, pero las cifras de las cuatro crisis fueron golpes de valor porcentual similar, llevándose entre el 2,5 y el 4% de la población. Trasladar a nuestro tamaño poblacional actual esas cifras supondrían más de 600 fallecimientos en un año. Desde luego, afortunadamente, la tecnología, los avances médicos, la estructura sanitaria y los medios de higiene y protección personal y colectiva no son comparables.

En 1875 las enfermedades del pulmón hicieron estragos, especialmente de enero a marzo, sumando en el total del año 247 fallecidos. En 1885 entró por la costa Mediterránea una epidemia de cólera. Contrabandistas, comerciantes del textil, viajeros… que la pudieron traer desde Marsella. Los primeros casos en la provincia de Huesca se dieron en Gurrea, el 3 de junio y, aún con la expansión lenta propia de los medios de locomoción de la época, alcanzó a 49 de las 360 poblaciones del AltoAragón. Si a la capital y comarca la pudieron traer jornaleros llegados desde Castellón para la siega, a las tierras del Cinca llegó subiendo por los cauces del Ebro y de su red de afluentes. En el Bajo Cinca, Fraga fue la más castigada con 171 fallecidos (el 2,5% de su población), y rio arriba, Albalate, la última con un impacto numeroso (19 fallecidos en agosto y 10 en septiembre, también un 2,5%). En Pueyo hubo un caso, pero Monzón se libró ésta vez. Huesca, con 1273 fallecidos, fue la provincia número 21 en el macabro ranquin nacional de víctimas, que golpeó más en las zonas rurales por las malas condiciones de higiene en los suministros de agua (en muchísimos casos exclusivamente de fuentes) y de eliminación de aguas fecales, combinada con la densidad vecinal.

En 1900 el sarampión fue terrible para Monzón, especialmente en agosto y septiembre, logrando concentrar a 73 de los 210 fallecimientos del año, el 90% correspondientes a menores de 4 años. También las afecciones bronquiales y gastrointestinales contribuyeron. Se dejan notar la falta de conocimientos y medios para combatir las enfermedades infecciosas.

En 1918 la grippe afectó especialmente a los adultos jóvenes y se cobró 135 vidas. Los detalles merecen comentario aparte.

Y en el periodo de 1937 a 1939 como consecuencia de la Guerra Civil. Si el censo de muertes no naturales llegó a los 20 casos por año, entre 1871 y 1930 en la guerra se sumaron 112, de los que solo 2 no tuvieron que ver con la misma.

Las cuatro crisis referidas a Monzón arrojaron datos similares de fallecimientos por encima de las medias anuales de la época. Así, los entierros tuvieron una incidencia entre el 50% y el 60% superior a las medias de sus décadas.

La gripe de 1918: Monzón, el tren y la Feria de San Mateo

Los estudiosos le han seguido la pista a la secuencia de difusión de la gripe de 1918 en España que, básicamente, nos llegó desde Francia. Los refugiados de la I Guerra Mundial exportaron la muerte a los países neutrales. Y los estudiosos han encontrado que la pauta de propagación reproduce fielmente la red ferroviaria desde el país vecino. Es casi seguro, entonces, que la principal puerta de acceso de la gripe a Monzón fue la estación de tren. Después, las aglomeraciones y la vida otoñal, que reunía bajo techo a grupos numerosos de personas, propagaron la enfermedad en los entornos de localidades con estaciones de tren importantes. La Feria de ganado para San Mateo reunía a muchas gentes de los alrededores y fue un escenario muy eficaz para extender la infección a Selgua, Ilche, Conchel, etc…

Hoy sabemos que el agente exterminador fue un virus, denominado H1N1, al que solo se le pudieron oponer las armas de las medidas de higiene (limpieza máxima, de manos especialmente, evitar concentraciones masivas de gente y en espacios cubiertos reducidos,…). ¿Nos resulta familiar? En Monzón murieron 135 personas en 1918, más de la mitad que la media de cualquier año de su década. Octubre fue el peor mes con 52 fallecimientos; 39 de ellos a causa de la gripe.

Como ahora, los sanitarios alcanzaron la categoría de héroes. Los médicos rurales se jugaron la vida y algunos la perdieron. Por citar un solo nombre, no hay que dejar en el olvido a D. Lorenzo López Buera, nacido en Selgua, en 1891. Estudió medicina en Barcelona y abrió una prestigiosa clínica de pulmón y corazón en Zaragoza. La crisis de gripe en Monzón y comarca le sorprendió en la casa familiar de Selgua. Y se entregó, como todos los médicos, a aconsejar, remediar en lo posible y dar esperanza en una labor encomiable que salvó muchas vidas en los pueblos de la margen derecha del Cinca. Lorenzo fallecía prematuramente en Monzón en 1952, dejando esposa (que fue la primera mujer cardióloga de España y partícipe de la fundación, tanto de la Sociedad Española de Cardiología como de la Aragonesa) y cinco hijos.

Nuestra historia nos habla, si la queremos oír.

Es mucho más amplia que lo que somos capaces de digerir con nuestra experiencia personal directa. Hay que ponerse a escuchar. Porque, como en todas las ocasiones anteriores, la vida no volverá a ser igual. Los golpes demográficos se recuperaron, los económicos, sociales y políticos encontraron nuevos caminos para expresarse, adaptándose personas y pueblos a las nuevas circunstancias. Son momentos para la determinación; de hacernos preguntas sin cesar, sin agarrarnos a todas las respuestas que cada uno de nosotros y la sociedad en su conjunto ya dimos. Y en una sociedad global hacerlo es absolutamente imprescindible para un mundo nuevo que llama a la puerta.

Guillermo Uguet

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