Desde el pasado mes de abril, Ángel Maresma ha iniciado una nueva etapa a miles de kilómetros de su casa. Este joven, natural de Selgua, se ha incorporado a la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, para formar parte de uno de los centros de referencia en agronomía a nivel mundial. Por delante va a tener un mínimo de dos años para seguir trabajando en el campo de la investigación, y más concretamente en la mejora de la fertilización nitrogenada del maíz con las nuevas tecnologías como grandes valedoras.
El que algo quiere, algo le cuesta. La sabiduría popular bien se podría aplicar a las semanas previas a la partida de Maresma hacia Nueva York: “los últimos meses han sido una auténtica locura. Desde que decidí aceptar la oferta de Estados Unidos, he tenido que acelerar los plazos de mi doctorado, y así poder terminarlo antes de empezar este nuevo proyecto. Al final, el esfuerzo ha merecido la pena, y ya puedo decir que soy Doctor, y además con la máxima calificación (Cum Laude)”, señala Ángel Maresma.
A pesar de la distancia, la ciudad de Ithaca, y más concretamente esta prestigiosa Universidad de Cornell, no son un lugar desconocido para este mediocinqueño de 26 años. En el año 2015, realizó allí una estancia de cuatro meses que le sirvió para escribir uno de los capítulos de su tesis: “es un sitio exigente, con un potencial de investigación muy alto, y a nivel tecnológico la universidad es una pasada”, comenta. De su anterior etapa en el continente americano recuerda con cariño la experiencia, aunque destaca la dureza de los temporales que azotaron el estado neoyorkino: “vivimos el invierno más frío desde mediados del siglo pasado, llegamos a 35 bajo cero, y cuando salía a la calle se me congelaban hasta las pestañas (literalmente)”, recuerda. Aquellos meses de empeño no cayeron en saco roto. Su buen trabajo en el proyecto que le asignaron sirvió para que la universidad vislumbrara el enorme potencial de este Ingeniero Agrónomo: “tuve también una oferta de Francia, pero me decanté por Cornell, porque el proyecto me resultaba más atractivo. Las condiciones son muy buenas, y por dar una cifra, el presupuesto del proyecto al que me uno puede ser diez veces mayor al obtenido para mi investigación doctoral en España. Es una pena que en nuestro país la investigación esté infravalorada. A mí me gustaría volver cuando termine mi contrato de dos años, pero si las cosas no cambian, será difícil que pueda regresar en unas condiciones interesantes”, asiente con rictus contrariado.
Ángel Maresma siempre quiso salir al extranjero para complementar su formación, pero las circunstancias impidieron que tuviera esa oportunidad hasta que comenzó el doctorado. Entonces, aprovechó para realizar el mencionado viaje a Estados Unidos, y también disfrutó de una estancia de un mes en Argentina. Ambas experiencias le han servido de trampolín para tomar la decisión de embarcarse en esta nueva aventura, en la que también le va a acompañar su pareja.
Durante algo más de tres años, Maresma ha utilizado todos sus conocimientos para sacar adelante la tesis doctoral que lleva por título: Mejora de la fertilización nitrogenada en los sistemas de regadío del Valle del Ebro. Alguna de las conclusiones que ha extraído, todavía están en desarrollo pero confía que su investigación, puede aportar a medio plazo grandes mejoras en el sector primario: “Mi padre es agricultor, y desde pequeño he vivido muy de cerca la manera de trabajar en el campo. Eso me ha servido para tener una visión más práctica, y poder ver más allá cuando realizo una investigación. Además, cuando voy a dar charlas, intento siempre cuantificar económicamente lo que van a suponer las mejoras que proponemos para el agricultor”. La tesis se sustenta en tres pilares básicos: el primero se refiere a la realización de protocolos de muestreo de suelo con los que se busca conocer el número de muestras que hay que coger en una hectárea, para así poder determinar la fertilidad del suelo y poder ajustar la dosis de fertilizante necesario para cada zona; el segundo punto, y quizás el que más llama la atención, es la utilización de avionetas pilotadas y drones para captar imágenes multiespectrales: “esto permite caracterizar el cultivo, y gracias a la información extra que nos aporta el infrarrojo, conseguimos determinar el estado nutricional y podemos corregir las deficiencias antes de que sean evidentes mediante la aplicación de fertilizante. Cuando estas deficiencias se pueden observar a simple vista, ya es demasiado tarde para tomar medidas. Con el uso de esta tecnología se consigue más tiempo para reaccionar, y además, permite aplicar el fertilizante de manera localizada y diferenciada en el campo manteniendo el máximo rendimiento del cultivo”, asegura, sin olvidar que esta también es una buena forma de mantener una relación más respetuosa con el medio ambiente; el tercer y último pilar de su tesis apunta a la instauración de la doble cosecha, es decir, sembrar dos cultivos al año. Un ejemplo podría ser el cultivo de cebada en invierno, y más tarde maíz en verano: “aquí lo más extendido es el monocultivo, pero eso conlleva que durante muchos meses, el suelo quede desnudo con la consiguiente pérdida de nitrógeno. Con la doble cosecha se puede aprovechar el nitrógeno remanente después de la cosecha de un cultivo (nitrógeno residual), y con la misma inversión de abono, conseguir mayor rendimiento económico. Esta iniciativa conlleva una mayor necesidad de agua, y también tener que ajustar más los tiempos de preparación del terreno que se reducen cuando se compara con un monocultivo anual. En cambio, su mayor margen bruto permite amortizar las inversiones agrícolas (maquinaria, riego, drenajes…) en menos tiempo, a la vez que no te juegas toda la cosecha a una carta con un solo cultivo”, señala Maresma, al tiempo que subraya la exigencia de este tipo de rotaciones: “hay que hacer un uso responsable del suelo y de los fertilizantes, así como realizar rotaciones de cultivos para que la fertilidad del terreno no se deteriore”. Visto queda. Pese a su juventud, nuestro protagonista apunta alto en el terreno de la investigación agrícola.
El sector primario no le viene de nuevo, ya que lo vio y vivió desde muy chico en su casa familiar de Selgua. Allí fue al colegio, creció, y empezó a sentir la inquietud por la agricultura. Por ello, tras finalizar su etapa en el instituto de Monzón, se trasladó a Lérida para cursar estudios de Ingeniería Agronómica. Después decidió realizar un máster, a la vez que lo compatibilizaba con un primer contacto en el mundo laboral trabajando a media jornada en una cooperativa como Ingeniero Agrícola. Esas experiencias en el mundo rural, le han servido para conocer en primera persona problemáticas como la despoblación o el relevo generacional en el campo: “El sector agrícola ha cambiado mucho en los últimos años. Las nuevas tecnologías nos permiten ser más competitivos, y que un mismo agricultor pueda llevar más tierras. Eso ha hecho que la agricultura se haya profesionalizado, obligándonos a ser mejores en un mercado muy exigente. Esto rompe con la idea general que existe sobre la baja formación en el sector agrario. Personalmente, pienso que cada día contamos más con un personal cualificado, que gestiona sus tierras como un buen empresario”. La eficiencia es la base de unas explotaciones que buscan ofrecer cada día mayor rentabilidad. Un hecho fundamental para estimular el arraigo de las nuevas generaciones: “Nuestra zona tiene mucho potencial, y ahora que contamos con sistemas de regadío eficientes en buena parte de nuestro territorio, podríamos decir que somos una zona de alto rendimiento. Pero aun así, la agricultura es un sector muy desagradecido, ya que hay muchos condicionantes que no dependen de ti. Puedes hacer el trabajo perfecto, y que una cosecha se te vaya al garete por un factor externo”, concluye Ángel Maresma, a pocas horas de iniciar una nueva etapa en tierras americanas.