San Valentín preconizaba el amor universal entre las personas. La sociedad y los siglos se arrogaron un amor exhibido y concretado en las relaciones entre hombre y mujer. Hoy, el santo vería con mejor cara la evolución positiva de una nueva sociedad que aboga por el respeto a la diferencia relacional, que ya no se encumbra, públicamente, tan solo en un vínculo unidireccional. Y en ello estamos, y por lo mismo apostamos cuando Patricia Creus Llurda e Irune Pereda Aburto aceptan nuestra propuesta a la hora de hablar sin menoscabos de una situación de pareja como la de ellas dos. Casadas hace tres años, con un niño en común, y con una niña derivada de una relación anterior protagonizada por Patricia. Una familia construida sobre los pilares del amor entre dos mujeres.
Patricia muestra su orgullo tamaritano, aunque naciera en la población de Guissona. Llegó con pocos años a la capital literana, allí creció y desde allí se afincó en Monzón por motivos profesionales. Irune es Basauriarra con nexo barcelonés y residencia familiar en la capital mediocinqueña. El amor une personas y aleja orígenes; por eso es el amor: “A pesar de vivir en Monzón, vamos todas las semanas a Tamarite. De hecho, mi hija hace jota con Alma Literana y vamos a los ensayos con todo el gusto del mundo. Vivimos en Monzón, pero Tamarite me devuelve a mi niñez y a mi adolescencia. Es especial”, señala Patricia. Por su parte, Irune tampoco puede ocultar su apego al País Vasco, y a su pueblo de Basauri, a pesar de tener aquí una vida, una familia y una profesión.
La historia de Patricia e Irune comienza compartiendo empresa, llamadas telefónicas, videoconferencias… una relación profesional que, poco a poco, fue sumando confianza hasta revelar entre ellas un interés personal: “Yo soy heterosexual, me gustan los hombres. Pero un día conocí a Irune y en ella encontré todo lo que necesitaba para ser feliz. Me enamoré de ella”. Patricia no lo tuvo fácil a la hora de ahuyentar contradicciones: “Un día le comenté a una amiga lo que me estaba pasando, y recuerdo que le dije; “si fuera un chico, sería perfecto”. Entonces, ella me preguntó, “¿por qué?”. Aquella respuesta me ayudó a pensar que no había motivos para rechazar una atracción como la que estaba sintiendo por Irune”. La versión de Patricia contrasta con la de su pareja; en su caso, Irune sí que se reconoce como lesbiana. Con situaciones personales distintas de partida, ambas llegaron al mismo espacio de amor y convicción en su relación confirmada un 25 de julio de 2015 en Basauri. Las casó la hermana de Irune, en su condición de concejal del municipio vizcaíno.
En nuestra conversación no tarda en planear el trato que la sociedad dispensa a las relaciones de amor que exceden del hábito hombre-mujer. Desgraciadamente, seguimos leyendo y viendo escenas de discriminación en parejas homosexuales. Situaciones de vergüenza que llegan a la agresión física, y que cabe denunciar sin ambages a la espera de que los jueces actúen con la ley en una mano y su peso máximo en la otra: “Nosotras no hemos tenido ningún problema de discriminación, y si la habido ha sido positiva hacia nuestra relación. Por ejemplo, en Tamarite jamás he tenido ningún problema. Siendo un pueblo pequeño y conociéndonos todos, la gente conmigo siempre se ha portado de maravilla”, subraya Patricia, mientras Irune asiente al tiempo que apostilla: “Eso no quiere decir que toda la sociedad actúe del mismo modo. Creo que resta mucho camino por andar todavía en el objetivo de normalizar estas relaciones. Pero también pienso que la discriminación está cambiando de bando, y ahora, cada vez más, la sociedad no acepta al intolerante. O respetas o te quedas fuera”. Es justamente en este punto donde cabe detenerse y pensar en las escuelas, en los medios de comunicación, en las políticas proactivas y no reactivas, en la familia como fundamento principal de respeto; somos lo que vemos. “Nosotras hemos formado una familia que hace a diario lo que tantas: vamos a trabajar, al parque, al supermercado, a tomar un café… Una vida normal de dos madres con dos hijos. Muchas veces, la televisión muestra parejas de homosexuales que actúan con una frivolidad que no se ajusta a la realidad común. Aunque es bueno dar visibilidad a este tipo de relaciones, nosotras no nos sentimos identificadas con esa frivolidad que escenifican”. Patricia e Irune, como otras familias en nuestra provincia, vienen acogiendo en verano a niños procedentes de países con dificultades; en concreto, el pasado periodo estival, tres niños ucranianos, procedentes de la zona de Chernovyl, pasaron dos meses con la familia Creus Pereda. Es más, a uno de esos chicos de diez años quieren acogerlo durante el periodo escolar para que curse aquí sus estudios.
Daniela tiene ocho años y es la mayor de los dos pequeños proveniente de una relación anterior de Patricia. Gorka es fruto de la relación de ambas y cuenta con dos años. La normalidad en el día a día forma parte de las vidas del niño y la niña; una realidad que han visto en el amor que desprenden sus dos madres. Las anécdotas descubren la espontaneidad de los más pequeños: “Un día en un ensayo de jota, una niña me dijo si yo era la mamá de Gorka. Le contesté que sí y entonces me respondió: “Es que el otro día vino otra señora que era su mamá”. Yo le comenté que Gorka tiene dos mamás y ella me volvió a responder: ¡Ah, qué práctico! Si no vienes tú, viene la otra mamá”. Los niños practican un eficiente pragmatismo en sus razonamientos que les conducen a comentarios como el que Daniela le hizo a su madre: “Un día, me dijo que ella tenía tres madres: “Te tengo a ti, a Irune y a la Virgen María”. Daniela cursa sus estudios en un colegio religioso como es el Santa Ana, de Monzón: “El trato del colegio con nosotras es genial. Desde el primer momento nos han integrado sin ningún tipo de problema”, señala Irune. Pero es evidente que el problema de la discriminación en los jóvenes, no tanto en los niños, es un hecho que resulta insoslayable en no pocos casos: “Creo que todo comienza en los institutos. Afortunadamente no hablamos de una mayoría, pero sí es donde los casos de discriminación y acoso se dan con más evidencia. A mí, con treinta y siete años, poco me importa lo que pueda decir la gente. Pero a un joven adolescente (chica o chico) sí que le condiciona y afecta. Miedos, inseguridades… es difícil para ellos”, comenta Patricia.
¿Qué se puede hacer? Irune subraya la falta de acompañamiento institucional dedicado a las personas que sufren esos acosos sociales, principalmente en la adolescencia: “Se hacen cosas, pero echo de menos más apoyo y protección a muchas personas que se sienten solas desde su condición de homosexual. Claro que hay que felicitar a nuestros políticos por la legislación que han aprobado recientemente, y que intenta normalizar nuestra situación, pero sigue faltando información, apoyo y prevención”.
Mientras todo llega o la sociedad suma grados de tolerancia y respeto, es la familia, padres principalmente, los indicados a la hora de aliviar posibles dificultades: “Es necesaria máxima comunicación con el hijo o la hija; saber qué siente y asegurarse de que no se aísle. Hablar con los profesores, conocer la realidad que vive en el colegio y mover lo que sea necesario para que se sienta protegido”. Precisamente, al plantearle a Patricia e Irune los miedos que les pueden sobrevenir, como a cualquier pareja, en su relación diaria, no dudan en apuntar al unísono: “Nos preocupan nuestros hijos. Que a la larga, se puedan meter con ellos por tener una familia diferente. Es verdad que sabemos cómo actuar para prevenir, pero nos preocupa que lo puedan pasar mal”. Irune y Patricia albergan las mismas inquietudes preocupadas que sienten a diario todas las parejas de seres humanos implicados en el amor como sentimiento y emoción vinculantes: los hijos y su protección. El amor es la palabra… y no pregunten con quién.